Emma Darwin

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Charles Darwin nunca convenció a su esposa, Emma, sobre su teoría acerca del origen de las especies, de cuya publicación se cumplen 150 años en 2009, lo que explicaría que el investigador tardara años en sacarla a la luz, posiblemente por las reticencias religiosas de su mujer, según la bióloga Mercè Piqueras.

La idea de una evolución de las especies por una selección natural, sin intervención divina, no era del agrado de Emma Darwin, quien, a pesar de ser una mujer cultivada desde el punto de vista clásico -tocaba el piano, hablaba varios idiomas, había viajado por Europa e incluso le gustaba hablar de política- mantuvo siempre sus profundas creencias cristianas y sufrió por el escepticismo de su marido.

La bióloga Piqueras, que esta semana ha ofrecido en Barcelona una charla sobre la "influencia" de la señora Darwin en un ciclo organizado por el Instituto de Estudios Catalanes, ha explicado que, no obstante, la fe de Emma nunca fue obstáculo para que este matrimonio victoriano funcionase sin casi fricciones.

Charles y Emma, que eran primos y se conocían desde niños, no sorprendieron a nadie en sus familias, cuando en 1839 decidieron unir sus vidas, dos años después de que el científico hubiera regresado de su largo viaje por Sudamérica (1831-1836) a bordo de la fragata Beagle, la expedición en la que recopiló los datos que le permitieron desarrollar sus cuadernos sobre la transmutación de las especies.

Los Darwin se instalaron entonces en Down, en el condado de Kent, al sur de Londres, donde el naturalista, que había regresado muy mermado de salud tras su viaje, se dedicó al estudio, entre las visitas de los amigos y los esmerados cuidados de Emma, con la que tuvo diez hijos y que solía asistir a algunas de sus reuniones y discusiones con los colegas, recuerda Piqueras.

Los reveladores trabajos acerca de la evolución y, sobre todo, la muerte a los diez años de su hija favorita, Annie, tras una larga agonía por fiebres, hicieron que Darwin abandonara su fe religiosa.

"No había conflicto en el matrimonio, pero a ella le preocupaba mucho la falta de fe de su marido y a él ver a Emma sufrir, explica.

Aunque liberado de los prejuicios creacionistas imperantes en la época, el científico inglés no se decidía a hacer públicas sus ideas evolutivas, por miedo, quizás, a la reacción de la sociedad, pero, sobre todo, a dañar los lazos que le unían con su esposa.

Sólo cuando otro investigador, Alfred Rusell Wallace, publicó el artículo titulado "Sobre la ley que ha regido la aparición de especies nuevas", con un planteamiento sobre la adaptación de las especies muy similar al que Darwin trabajaba en privado, se puso éste a escribir para desvelar su teoría, explica la divulgadora.

A pesar de la convulsión que provocó la publicación de "El origen de las especies", la comunidad científica aceptó rápidamente los planteamientos de Darwin, un reconocimiento que fue insuficiente para su mujer.
De hecho, Emma, que sobrevivió catorce años a Darwin, llegó incluso a censurar algunos fragmentos de la autobiografía de su marido "porque siempre le preocupó que el mundo viera a Darwin como un ateo, porque pensaba que ciencia y Dios eran compatibles".

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