Mi Maruja.

 

Mi suegra se llamaba María, pero todos la apelaban Maruja. Todos, menos uno, el Nene que la llamaba Nena...mi suegro, Juan.

Siempre juntos, siempre sentados en el sofá cogidos de la mano y compartiéndolo todo, hasta el café en el mismo vaso.

Ahora me emociono al recordarla pues, con el paso del tiempo, he asumido que me dió mucho mas de lo que yo notaba cuando estaba con ella.

La conocí a mis cortos quince años, cuando Juan y yo empezamos a salir y, para mi asombro, enseguida me convirtió en su confidente. Me contaba todo respecto a su vida, incluso cosas que no sabían otros miembros de la familia, y que nunca he contado.

Seguramente ha sido la persona más buena que he tratado: jamás hablaba mal de nadie, ni una crítica, ni un reproche, nada. Eludía las confrontaciones y trataba de hacer la vida fácil a los suyos sin la menor queja.

A pesar de ser profundamente creyente y practicante, jamás hizo apología de su religión.

Era generosa, a pesar de que sus medios económicos eran bastante limitados. Recuerdo como descubrí su despensa, un pequeño espacio que a mi me pareció el paraíso. Almacenaba allí, cuidadosamente, lo necesario para la felicidad gastronómica, desde deliciosos roscos hechos por ella, hasta todo tipo de golosinas, caramelos, frutos secos, gominolas...yo no daba crédito a poder acceder a esos caprichos que, por supuesto, en mi casa estaban vedados.

Me hizo sentir como a una reina cuando me alojé en su casa, ya casados, un fin de semana. Había preparado para mi todo lo necesario para que estuviera a gusto: gel, toalla nueva, esponja a estrenar, las mejores sabanas que poseía y hasta una latina de espárragos, ya que ella conocía mis gustos y también que no me los podía permitir.

No era, por entonces, consciente de como me motivaba y me valoraba. Para ella, todo lo que yo hacia estaba más que bien, desde la mayonesa, hasta los óleos o mis diseños de ropa, hasta mi forma celosa de amar a su hijo...

La crueldad de la edad le robó sus recuerdos, pero ni aun así perdió su esencia de bondad, su saber estar y amar. Cuando su Nene se fue, ella también...

Dicen que el tiempo ubica todo en su justo lugar, no lo sé, pero la echo de menos, me encantaría tenerla delante y contarle muchísimas cosas, encontrar su consuelo y su abrazo. Y que viera a sus nietos, estaría tremendamente feliz de ver lo extraordinarios que son.

Donde quiera que estés, Maruja, solo puedo decirte GRACIAS.