Del perdón y la inocencia.

A lo ya largo de mi vida, me ha tocado vivir situaciones en las que el concepto de "perdón" se deformaba en aras de beneficiar, de alguna manera, al ofensor y olvidando al ofendido, al inocente.

Concibo el acto de perdonar como una opción que se le presenta a la persona lesionada, no como una obligación sobre la que quepa presión alguna.

Recuerdo, con dolor y estupefación, una situación de la que fuí testigo: una persona muy querida por mí comunicó a su hermana un hecho delictivo (ampliamente documentado)cometido en su persona por parte del marido de ésta.
Lejos de ser creída y consolada o apoyada, esta mujer tuvo que enfrentarse a la exigencia de su hermana de que perdonara a su marido. Doble dolor....
Y no, no puede ni de debe perdonar a través de terceros, dando un cheque en blanco al agresor que, lejos de reconocer cara a cara los daños causados, niega cualquier acusación y propósito de enmienda.

Viví otra situación en la que a mí se me pedía que perdonara yo a un adulto que había lastimado a uno de mis hijos: no lo hice, yo no puedo perdonar en nombre de un tercero y, menos aún cuando se trata de un menor inocente al que debo proteger.

Hay personas que invierten la carga de la prueba, que exigen el perdón y juzgan y condenan al que no lo otorga.
Y con ello, quizás sin darse cuenta, duplican el dolor del ofendido: del inocente.